miércoles, 21 de diciembre de 2016

El valor de los alimentos

Solemos realizar juicios de valor a los alimentos (como a tantas cosas en la vida), y los dividimos en buenos, malos, ricos, saludables, caros, baratos. 

Es ahí que nos damos cuenta que los alimentos tienen un valor, más allá de los nutrientes que aportan. Muy rara vez juzgamos a un alimento por su contenido de nutrientes. Parece ser lo menos importante. Sin embargo, valoramos mucho más que sea adecuado a la función que va a cumplir. 

Una torta es ideal para un cumpleaños (incluso hay distinciones de tortas de acuerdo a quien sea el agasajado o el número de años que se celebra), los sándwich para el picnic y el vittel thoné para navidad. De la misma forma, consideramos que una barrita de cereal es adecuada para bajar de peso porque dice que tiene menos de 90 calorías, o comemos sin culpa el chocolate sin azúcar, convencidos que está hecho con aire. También hay alimentos que parecen ideales para calmar angustias, para divertir en caso de aburrimiento o para ayudarnos a masticar broncas. Algunos menús son exclusivos de los fines de semana. Y no es lo mismo lo que se consume solo, que en una reunión.

Sin embargo, nuestro organismo sólo necesita nutrientes: agua, vitaminas, minerales, proteínas, carbohidratos, grasas. Pero nos resulta imposible ver a los alimentos desde ese enfoque. Sin dudas, no comemos nutrientes. Comemos mucho más. Comemos emociones y situaciones.

Pretender cambiar esto es ignorar la naturaleza del ser humano. No es mi intención que empiecen a comer sólo nutrientes. Pero sí me interesa que podamos ser un poco más objetivos. ¿Realmente no festejo navidad si no como pan dulce?, ¿De verdad el helado me calma la angustia?, ¿Seguro que la manzana no es un buen postre de domingo?

No deberíamos menospreciar la función primordial de los alimentos (nutrirnos), para lo que necesitamos incorporar alimentos naturales, frescos y poco procesados. Y ojalá, de a poco, pudiéramos entender que las emociones tienen un camino para resolverse, que las situaciones pueden atravesarse sin comida o que los festejos pueden disfrutarse, aún sin necesidad de comer en demasía. De esta forma, estaremos permitiendo los alimentos cumplan un poco más su función (nutrirnos) y elegiremos libremente comer el chocolate o la torta; simplemente por gusto, por elección. Sin culpas, sin mandatos sociales y sin pensar en soluciones que no nos van a brindar. Responsabilizándonos por su incorporación y midiendo porciones para que siga siendo un placer comer.